Importancia de hablar y enseñar una lengua originaria

Importancia de hablar y enseñar una lengua originaria

Para Luis Ehecatzin Romero Santacruz, el hombre que amó la lengua y la cultura náhuatl.

¿En dónde radica la vitalidad o la muerte de un idioma? Hablar un idioma es preservar su propia vitalidad. En la lengua permanece la historia oral de un pueblo y una cultura. En sus raíces etimológicas están su pensamiento filosófico, su invención, reinvención y modernización. El náhuatl no se conserva sólo por hablar de él, ni siquiera por escribirlo. Para su vitalidad es necesario hablarlo, no importa en qué contexto ni espacio, tan sólo hablarlo porque al hacer que se escuche la sangre de la lengua fluye, los hablantes somos el líquido vital de la lengua. Si se deja de hablar, por las razones que sean, la lengua llega a morir. Se pierden los nombres de los animales, las plantas, las formas de curarse, de organizarse.

La mayoría de las escuelas primarias bilingües, las que conocí en Guerrero y Puebla, en pueblos dizque nahuahablantes, en vez de revitalizar la lengua y hacer que tome fuerza, se ahorca y mata dentro de las aulas. En estas instituciones educativas los maestros en vez de fomentar el náhuatl, fomentan el uso del español y desde su llegada a las aulas hasta la salida, la comunicación con sus compañeros maestros o con los niños que asisten a sus clases es en español. La enseñanza y el aprendizaje están ahí, en el ejemplo que uno da ante su público, en este caso, los niños que inteligentemente aprenden viendo y escuchando. Cito aquí el caso del náhuatl, sin embargo esto pasa con la gran mayoría de lenguas originarias de México, pocos son los profesores comprometidos que abogan por la lengua y la cultura. Tal vez lo rescatable de esas escuelas, hasta donde he podido observar, es que los niños, cuando se les enseña a escribir en el idioma originario, aprenden a hacerlo bien, pero falta ese ingrediente mágico que enamore a los niños de su propia cultura, esa apropiación de sí mismo, de sentirse parte de la lengua, de pensar y soñar en ella, defenderla desde sus propias palabras, sembrarla y cosecharla, renovarla, no avergonzarse de ser nahua, kiliwa, kumiai, paipai, chatino, pame, tlahuica, cora, lacandón, ch’ol… De hablarla todos los días sin perder de vista el español, que también es importante.

Al perder la lengua viva (oral), se pierde la historia de uno mismo, de la propia lengua, de los sonidos tan distintos y tan bellos que la diferencian de otros idiomas. En palabras de Miguel León-Portilla: “Cuando muere una lengua/entonces se cierra/a todos los pueblos del mundo/una ventana, una puerta,/un asomarse/de modo distinto/cuanto es ser y vida en la Tierra”.

Enseñar la lengua no radica en instruir a decir bien algunas palabras ni a escribirlas bien, implica un compromiso consigo mismo para que el público, niños o adultos, se apropie del idioma y no lo sienta como una carga, la de aprender ciertas palabras o reglas gramaticales. Apropiarse significa sentirla correr en las venas, entender cada palabra, oración, frase, no sólo entenderla sino saberla interpretar en cada situación, espacio y momento.

Como profesor y enseñante de la lengua, me ha tocado la mala fortuna de no sólo conocer a los maestros dentro de las aulas, sino que a muchos los conozco de casa, he convivido con ellos en las comunidades y coincidido en largas reuniones burocráticas y aburridas del gobierno. Cuando se conoce a un profesor bilingüe de cerca, da tristeza mirar que su hijo o hijos apenas entiendan algunas palabras de la lengua de su padre o de plano no entiendan nada. Son contados los profesores bilingües o profesionistas de otro tipo que sí inculcan esta enseñanza tan necesaria e importante. Incluso conozco servidores públicos en el ámbito local, estatal y nacional que nos “representan”, y en vez de difundir la lengua y la cultura, las aniquilan y las sustituyen por el español. Esta situación no sólo acontece con los maestros bilingües y los políticos, sino también con los lingüistas, poetas, escritores e intelectuales de todas las áreas, luz de la calle y oscuridad en su casa. No enseñar la lengua no sólo implica su pérdida; se aniquila la historia de un pueblo, la riqueza lingüística y otros elementos que conforman las paredes y el techo de la cultura náhuatl. La lengua es la voz de un pueblo, la permanencia de un pensamiento.

En las comunidades nahuas de Guerrero, la discriminación hacia las lenguas se sigue dando de manera cotidiana. La violencia discriminativa, más que en las ciudades, se da entre las propias comunidades que alguna vez hablaron este idioma y ahora son monolingües en español. En pueblos como Hueycantenango, Teomatatlán, Santa Catarina, Xochitempa, Rincón de Chautla, Tepetitlán, Celocotitlán, El Jaguey y otros tantos, se fomenta día a día el uso del español y se trata de eliminar el náhuatl hasta sus raíces. En la mayoría de estas comunidades y pueblos nahuas, dentro de las escuelas, la iglesia, las reuniones y otros espacios públicos, se prohibe el uso del náhuatl. Ello ha generado el monolingüismo en español y también el rechazo a los pueblos que sí lo hablan. Las personas monolingües en español se creen superiores a los monolingües o bilingües nahuas. La discriminación de estos nahuas modernos “monolingües en español” es muy fuerte contra los nahuahablantes. Los nahuas modernos siguen viendo a la lengua como un obstáculo porque sólo tiene uso local, a diferencia del español de uso más amplio, desde las instancias de gobierno hasta el diálogo con personas de otros países. Los nahuas radicales o hablantes aún, pertenecen a las comunidades de Atzacoaloya, Tlanipatla, Zizintitlán, Tepetlacingo, Alcozacán, San Jerónimo Palantla, Mexcaltepec, Acatlán, Zitlala y muchas más. Les importa un bledo “modernizarse”, ellos se comunican en la lengua, gritan, sueñan, se manifiestan. Es en estas comunidades en donde la lengua se mantiene muy viva y se practica el habla de forma cotidiana. En estos lugares, el 70 por ciento de la población adulta no sabe leer ni escribir.

De acuerdo a mi experiencia la lengua no se aprende en la escuela sino en casa, por las razones ya expuestas. En las escuelas bilingües se aprende a escribir (gramática, ortografía), mas no a hablar la lengua. Por supuesto ha de haber excepciones en donde se aprendan el habla y la escritura. Recomiendo que si se le quiere enseñar el idioma originario a un hijo no es necesario mandarlo a una escuela especializada en la enseñanza de ese idioma. Lo que se necesita es que al hijo se le hable todo el tiempo y todos los días en esa lengua. Así, a la escuela le será muy difícil arrancar algo sembrado en casa, desde la raíz.

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